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Perceval, un pintor universal

Es difícil sintetizar la obra de un gran artista en unas pocas líneas que acompañen a esta muestra pictórica que abarca distintos momentos temáticos, de colorido, diseño y estilo.

De Jesús de Perceval queda su obra, un cúmulo de realidades plásticas, metafísicas y sociales que el devenir de los años se irá encargando de sedimentar dando lugar a la estratigrafía de la historia cultural del último siglo almeriense.
En la biografía de Perceval caben multitud de hechos ya que su personalidad dió pie a que cada instante vital suyo trascendiera hasta hacerse de interés local, provincial e incluso nacional. Su obra artística, la creación del movimiento indaliano y la adopción del Indalo como signo, sus tertulias indalianas, su controvertida imagen, su relación con Mojácar, la fotografía, el cine… componen la rica amalgama que acrisoló su personalidad.

En sus inicios destaca su admiración por la obra pictórica de Gabriel Morcillo, reflejando su influencia en algunas obras de sus primeros momentos como podemos apreciar en la obra “Andaluza”, con un intento colorista. También recibe otras influencias, como las de José Gutiérrez Solana e Ignacio Zuloaga al que conoció personalmente a través de unos familiares. Son cuadros de oscuro y sombrío cromatismo, de alargadas figuras, al recuerdo de Modigliani, con un sentido trágico expresionista, como podemos apreciar en “Mística ante las puras”. Es pues una época tenebrista con una realidad abstracta. Otra obra muy significativa de esta línea sería “La flagelación de Cristo”. Destacar también la influencia de Aurelio Arteta, de quien admiró sus composiciones de grupo y figuras humanas. Serían este tipo de pinturas con las que participaría en sus primeras exposiciones mediados los años 30. En 1935 conoce a Zabaleta con quien entabló una profunda amistad. Destacar igualmente su faceta escultórica en su obra del taller que tenía en la plaza de la Catedral de Almería.

Inicia los estudios de Bellas Artes sorprendiéndole en Madrid la guerra civil del 36, acabando en Valencia donde llevará a cabo una intensa actividad artística. En aquella época destaca su obra como cartelista. Acude con óleos, acuarelas y guaches a la Exposición Internacional de París, con cuadros de temática antifascista, representando escenas de represión antiobrera y fusilamientos. También expone dibujos, pinturas y estampas de guerra en el Ateneo Popular Valenciano. Su producción creadora en estos años fue enorme, acompañándole ya una personalidad arrolladora. Terminada la guerra vuelve a Almería donde es nombrado asesor provincial de artes plásticas. El nexo de unión de su etapa valenciana con su obra de posguerra podríamos ponerlo en la “Virgen de las Uvas”, reflejado aquí en el “Rostro de joven” donde modela ojos almendrados de carácter orientalizante, inspirados en una amiga de la familia y que repetirá muchas veces durante la década de los 50 y parte de los 60. En toda la serie de cabezas mantiene una luminosidad mediterránea, colorista, que irá dando paso a unos tonos cada vez más sombríos.

En esta época realiza también muchas tallas escultóricas. Destacar su interés por la cultura en general y la arqueología en particular, pero sobre todo, debido a sus repercusiones posteriores, hay que hacer reseña de sus intervenciones en tertulias de Almería, donde llevaba la voz cantante y las de Madrid donde se embebía de un nuevo concepto de arte, con Zabaleta, Eugenio D´Ors...

Es en esta década de los 40 cuando cristaliza todas sus ideas pictóricas y filosóficas en la gestación y de-sarrollo del Movimiento Indaliano, del cual es creador, impulsor y principal estandarte. Esta etiqueta le acompañaría toda su vida. De todos esos años del despegue indaliano quedaría, al margen de la obra pictórica, el icono provincial por excelencia, EL INDALO.

Del Perceval ya indaliano, cabría reseñar muchos aspectos, pero quizás uno de los más significativos sea su encuentro con el pintor Aguiar, que supondrá el descubrimiento de una técnica peculiar, la Encáustica, pudiendo verla reflejada en muchas de sus obras posteriores, como en “Perfil” o “Casas”, donde hace una abstracción del paisaje, con una perspectiva caballera donde los rasgos pasan a ser un pretexto para evocar las figuras manchadas, apenas insinuadas y que se encargan de humanizar la obra.

Una de sus obras más significativas de esta muestra es, sin duda, “La Sagrada Familia”, representada de forma esquemática y geométrica, con unos rasgos autóctonos mediterráneos, que rompen con los prototipos religiosos en la representación de estas imágenes.

Siempre se supo rodear de genios de su época, como Gerardo Diego, Vázquez Díaz… lo que nos da una idea de la capacidad intelectual y cultural que tenía. Al final de los años cincuenta la amistad con Zabaleta cobra más fuerza, uniéndoles a ambos criterios estéticos.

En los años que van desde los sesenta hasta bien entrada la década de los setenta son extrovertidos y dispersos con obras surrealistas unas y de corte clásico otras, pero incidiendo siempre en el devenir cultural almeriense. Sus obras, que suelen ser óleos de gran formato, optan generalmente por la sensualidad, la alegría, las curvas… Ingresa en la Real Academia de San Fernando lo que le proporciona un refrendo nacional. En esta “Maternidad” se puede contemplar una de las más antiguas representaciones del óvalo o huevo, origen de la propia vida, del seno materno algo que repetirá en numerosas ocasiones.

Pinta también paisajes al óleo sobre tabla, todos ellos de gran colorido pero siempre poco ortodoxos con la realidad. En la obra “Bodegón de la Bahía”, dibuja el paisaje del fondo, no siendo un boceto lo termina muy geometrizado, contrastando la simplicidad con el trazado de las uvas, de ejecución mucho más detallada, en clara alusión al primor con que trataban a los pintores a esta fruta, tan de moda en la Almería de aquellos años.

En los años setenta se encuentra gran parte de su producción de cabezas y retratos, con esos escorzos tan significativos. Llegan a convertirse en casi la única producción del último año del pintor. Su enfermedad le hace huir de los grandes formatos y, aun así, no cesa de buscar la perfección, de abrirse caminos nuevos como la técnica del pirograbado, en la que realiza delicadas maternidades en pequeñas tablas.

La “Maternidad” de la puerta es una obra de 1973 que presenta la novedad de introducir en su fondo el dorado en la encáustica, fundiéndolo, resultando de paso protegido de la oxidación. Queda como anécdota que la obra fue enmarcada con la puerta de una pequeña alacena antigua proporcionada por José Luis Ruz -yerno del pintor que recibió el cuadro como regalo- y que fue tratada por Perceval con una pátina de blanco de España agrisado que con el paso del tiempo ha ido desapareciendo.

De Jesús de Perceval, se pueden decir muchas cosas, pero hay algunas premisas que nadie puede discutir: su ingente obra (simultaneando talla, escultura, pintura, arquitectura decorativa…), su labor polifacética (magnífico fotógrafo, cineasta más que aficionado), su sordera quizás interesada, su propia estética personal, su protagonismo tertuliano, su maestría en la capacidad de ilusionarse e ilusionar, sus habilidades e inquietudes, su memoria selectiva y su talante hospitalario, su gran agudeza e ironía… Todo ello, aderezado con una capacidad de creación, evidencia siempre su inmenso amor por Almería, una preocupación constante, casi obsesiva por el pasado, presente y futuro de su tierra. En definitiva, cuesta poco trabajo sentirnos ante el último hombre del Renacimiento.

María Dolores Durán Díaz

Fuente: Vanguardias de la pintura almeriense y su presencia internacional. 2009. Edita Ayuntamiento de Roquetas de Mar

 
 
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